Uno de los sentidos más importantes en el gato es el tacto. Por medio de éste puede apreciar al menos cinco sensaciones diferentes: la presión suave y fuerte, el calor, el frío y el dolor. Todas estas sensaciones lo ponen en condiciones de conocer el medio que lo rodea. Los receptores táctiles más desarrollados, que son además los que utiliza con mayor frecuencia, está localizados en la cara, siguen en importancia los de las almohadillas plantares.
La piel desnuda de la nariz tiene finos receptores al tacto, calor y frío que se complementan con los bigotes. Estos pelos tienen una rigidez tal que no se doblan al tocar superficies duras, por lo que pueden palpar e investigar los objetos.
Los gatos utilizan mucho sus bigotes cuando la luz es baja o tenue y entonces la gran dilatación de las pupilas les impide enfocar los objetos cercanos. Los bigotes también podrían ser sensibles a las corrientes de aire, pudiendo entonces hallar el camino en la oscuridad. Actúan como protectores de los ojos, ya que ante un estímulo pronunciado provocan un parpadeo reflejo.
Las almohadillas plantares transmiten sobre la postura que debe adoptar el cuerpo a medida que el animal se va desplazando y perciben vibraciones que le permiten detectar situaciones a través de los miembros locomotores. En este lugar la sensibilidad es tan delicada y sensible que pone de mal humor a los sujetos que allí se los acaricia.
Las garras tienen una función netamente táctil y las emplean para investigar el tamaño, textura, forma y distancia de un objeto. Utiliza, por último, la nariz para una comprobación cercana y si es un alimento determinar su temperatura, consistencia y olor.
Los pelos del gato son de una sensibilidad extrema, a punto tal que no es en absoluto necesario que los estímulos lleguen a la piel para que el animal no reaccione ante ellos. Igualmente la piel está poblada de receptores táctiles de calor y frío.
El gato busca dormir siempre en los lugares más calientes y reacciona ante el frío enrollándose sobre si mismo. Ha podido establecerse que, salvo la cara, el resto del cuerpo necesita variaciones térmicas mucho mayores que las que soportan los humanos como para incomodarse. No es raro encontrarse a los gatos durmiendo sobre estufas demasiado calientes para el tacto humano, estimándose que recien dan señales de dolor cuando la temperatura de la piel llega a los 52 grados centígrados.
Las sensaciones dolorosas preocupan también a los científicos. Algunos gatos heridos se apocan o se tornan agresivos. Otros con serias heridas adoptan alegres actitudes e incluso se les puede percibir su clásico ronroneo. Esto significa que la sensación dolorosa es diferente para cada individuo.
Que el gato tenga siete vidas, como lo afirma el dicho popular, mucho se los debe a estos sensibles mecanismos que permiten, mediante sus diferentes receptores, reconocer el medio ambiente que los rodea y prevenirlos de los peligros inminentes en forma inmediata.